EDITORIAL: Tristes guerras
“Tristes guerras si no es amor la empresa. Tristes guerras. Tristes armas si no son las palabras. Tristes, tristes. Tristes hombres si no mueren de amores. Tristes, tristes”. Miguel Hernández definió con estos versos el proceso de humanización que nuestra especie aún no ha concluido.
El arqueólogo Eudald Carbonell afirmó que los miembros de la especie Homo Sapiens “aún no somos humanos, simplemente estamos en un largo proceso hasta que nos alejemos por completo de nuestros viejos lastres de homínidos, de rasgos poco evolucionados”. Cabría, en unos momentos de múltiples conflictos bélicos, cuestionarse para qué sirven las guerras. Y podríamos contestarnos a nosotros mismos, sin dudar en exceso, que solo sirven para acaparar poder, económico y territorial. El problema es que el precio que se paga es muy alto.
Estamos comprobando, por detenernos en los dos conflictos más mediáticos, -en Ucrania y en Oriente Medio-, que son devastadores y muy injustos. Las atrocidades que se cometen contra la población civil, contra niños y niñas y contra familias enteras poco tienen que ver con la evolución del ser humano como pieza fundamental de una civilización que, en momentos así, solo muestra un descorazonador proyecto para llegar a ser, de verdad, racionales.
Más de 10 millones de ucranianos se han visto obligados a abandonar sus hogares desde el comienzo de la invasión de Ucrania por parte de Rusia, hace ya más de dos años. Vidas rotas que, en el mejor de los casos, habrán logrado sobrevivir, perdiendo todo, incluso a seres queridos. Y aunque las cifras y los fríos datos son difíciles de calcular, según las estimaciones de los profesionales son ya más de medio millón los fallecidos en un conflicto que no tiene visos de pronta solución. Lamentablemente, la guerra iniciada por Rusia ha dejado de tener una repercusión mediática en primera plana salvo en los desmanes de un Vladimir Putin cuando amenaza con iniciar una guerra nuclear a gran escala.
Ahora la actualidad periodística gira entorno a Oriente Medio, en el genocidio que está perpetrando Israel en Gaza, donde miles de niños y niñas ya han sido asesinados, donde cientos de familias ya han sido devastadas, donde miles de vidas ya han sido sesgadas por la arrogancia xenófoba de un líder como Netanyahu, que comienza a adoptar el mismo discurso que Hitler cuando iniciaba el Holocausto. El terrorismo de Hamás, al que condenamos de manera firme y sin tapujos, no puede ser la excusa para acabar con tantas vidas inocentes, no puede ser la excusa para bombardear hospitales, para atacar zonas civiles o de ayuda humanitaria.
Podríamos concluir que las guerras no sirven más que para sembrar el horror, para dibujar imágenes dantescas que compungen y que hacen remover la conciencia de todos salvo la de quienes emanan poder y la de sus siervos fieles. Son personajes ‘hitlerianos’ tan peligrosos para la sociedad, tan dramáticos para nuestra especie, que amenazan una y otra vez con extender los conflictos por todas partes. Y es ahí donde los grandes países, las grandes organizaciones, tienen que unirse en la búsqueda de la paz en detrimento de los beneficios que cada uno pueda llegar a amarrar de estos conflictos bélicos. Los seres humanos merecemos vivir libres, con nuestros derechos, con nuestras virtudes y con nuestros defectos. Y podríamos comenzar con el reconocimiento a palestina como estado propio.
Y mientras llegamos a ese imposible, el de la paz idílica, debemos detenernos en los verdaderos héroes de esta historia. Miles de voluntarios y voluntarias que, desde el anonimato y generalmente desde organizaciones no gubernamentales, trabajan sin descanso en estos países y en cualquier rincón del mundo, volcándose en la ayuda humanitaria, jugándose la vida para salvar las de los demás, vidas que, por otra parte, también sufren los atentados y también se quedan por el camino. Sin ir más lejos, los siete trabajadores humanitarios de la ONG del chef José Andrés, que han sido asesinados por Israel, que ha reconocido el atentado.
Entre tantas organizaciones emerge la figura de la UNRWA, la Agencia de Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina, que está llevando a cabo un trabajo impagable y que ofrecen asistencia y protección a cerca de seis millones de refugiados y refugiadas.
Desde el Partido Socialista de Aranjuez se les otorgará una distinción especial hoy viernes en la celebración de los Premios a la igualdad ‘Carmen Zamorano’, porque desde su organización estarán representando a todos y todas los y las voluntarias que trabajan día a día en cualquier punto del mundo para ayudar y proteger a quienes tratan de sobrevivir a conflictos estúpidos y sin sentido, como los que estamos viviendo en la actualidad.
Lorena Gamito, directora de Acción Humanitaria de la UNRWA, recibirá el galardón que reconoce el esfuerzo y la dedicación de esta organización humanitaria para que en lugares como Gaza derribemos ese sentimiento que expresan muchas personas inocentes: “en Gaza es mejor morirse que sobrevivir”.
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