Illa, salvador
La victoria del PSC y de Salvador Illa en las Elecciones al Parlamento Catalán, celebradas el pasado domingo, es el triunfo de la humildad, de la moderación, del talante, del compromiso y del diálogo. También de la gestión, porque estos resultados avalan el trabajo del ex Ministro de Sanidad ante una crisis sanitaria sin precedentes en el que, seguramente, haya sido el año más difícil de su carrera política. Salvador Illa ha afrontado la pandemia del COVID-19 con una serenidad inusual y un sosiego que le van a permitir transformar la actualidad de Cataluña centrándose en los problemas reales de una sociedad que, mayoritariamente, ha votado para que se empiece a construir un futuro sin conflictos, que cimente un bienestar social que ha permanecido en el olvido durante la última legislatura, comandada por un independentismo que se ha olvidado de las políticas económicas, sociales, de sanidad o de educación.
Ante las evidentes adversidades y frente a las máximas dificultades para formar Gobierno, Salvador Illa ha mostrado su valentía desde el primer momento en que el PSC se proclamó vencedor de las Elecciones. El Socialista es un partido de Gobierno y, como tal, preparará a su candidato para la investidura, como no puede ser de otra manera. La socialdemocracia es una ideología transformadora de la sociedad, por lo que es necesario gestionar su presente y su futuro antes que escudarse en vanas excusas y arrojar la toalla al vacío al que la lanzó, en las elecciones precedentes, Inés Arrimadas, que aún siendo la fuerza más votada rehusó al intento de Gobernar amparada en que no le daban los números. Esta decisión, entre otras muchas, ha sido la que le ha hecho perder a Ciudadanos 30 diputados en los presentes comicios.
Salvador Illa pondrá ahora en la tesitura a Esquerra Republicana de decidir si quiere ser un partido de izquierdas o, meramente, un partido independentista, sin importarles si sus socios de un presunto Gobierno son la derecha secesionista que no va a anteponer los intereses de los catalanes ante los suyos propios. El independentismo no puede ser el principal problema del pueblo catalán porque, además, es algo que no contempla la Constitución Española y que no debería centrar todos los esfuerzos de un gobierno que debe responder ante las demandas de la ciudadanía para lograr una mejor convivencia y unas mejores prestaciones que cubran sus necesidades.
La mala noticia para la democracia ha sido, sin duda, la irrupción de la extrema derecha en el parlamento catalán. El aumento de Vox es otro argumento más para que haya un gobierno de izquierdas, para frenar su aumento. La ultraderecha ha superado a las derechas de PP y Ciudadanos, que son los principales responsables de su incursión en la política española. Los partidos liderados por Pablo Casado e Inés Arrimadas han provocado, con su blanqueo, que el fascismo no solo haya llegado a las instituciones si no que, además, esté condicionando los gobiernos de Madrid, Andalucía o Murcia, además de muchos otros municipios en toda la geografía española, entre ellos Aranjuez. Lejos de levantar un cordón sanitario, como se hace en toda Europa con la extrema derecha, tanto PP como Ciudadanos han puesto la alfombra roja a un partido antidemocrático que porta sin escrúpulos la bandera del machismo, del racismo o de la LGTBIfobia, provocando el ruido y la confrontación en la clase política conservadora, que exhibe continuamente la intención de derrocar a un Gobierno, el Socialista, anteponiendo una oposición bélica en lugar de constructiva que es, precisamente, lo que España necesita en momentos tan complicados.
La debacle de Ciudadanos es otra de las lecturas que dejan los comicios catalanes. Lejos de convertirse en una fuerza alternativa y e cambio al Partido Popular, la formación naranja, como ya ha quedado en evidencia en Aranjuez, se han convertido en la marioneta de la derecha popular, a quienes, desde el odio y el veto a la izquierda, pretendieron suplantar, permitiendo el crecimiento de una ultraderecha que ya está muy por encima del actual liberalismo de un partido que se presentó en sociedad como socialdemócrata y que va a terminar por no saber el camino que ha de recorrer. Ciudadanos pretendía comerse el mundo, pero llegó el monstruo y se les merendó, quedando para los ancestros como un partido residual que no tiene ninguna utilidad para el país. La formación naranja ha perdido toda la credibilidad y los resultados en todas las elecciones que se vienen sucediendo en los últimos tiempos así lo avalan, con decisiones como el veto al Partido Socialista, hecho que ha provocado el desmantelamiento de parte de su principal cúpula, que no comulgaba con esa idea. Ciudadanos se ha instalado a la derecha de la esfera política sin ningún complejo, lo que ha provocado que el voto mas centrista haya evolucionado hacia otros lares, conviviendo, en muchos casos, en esa ultraderecha tan nociva para la democracia, y Ciudadanos lo ha permitido y lo sigue permitiendo, sumisos de una ansiedad de poder que va a acabar por engullirles, y si no que les pregunten a los representantes en nuestra ciudad, cuya incidencia en el Gobierno es inexistente, con un futuro político exiguo que les debería poner en el lugar que les corresponde, porque sus argumentos como formación política chocan frontalmente con lo que ejecutan, regalando el Gobierno municipal a María José Martínez que, al contrario que el Partido Socialista, que aumentó en número de concejales, viene de perder ocho ediles en los dos últimos comicios. Y Ciudadanos decidió ser cómplice de esta nefasta gestión política.
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