La Educación, en el centro de la diana
Laura Hernández. Concejala del PSOE en el Ayuntamiento de Aranjuez
¿Quién no recuerda su infancia con nostalgia y directamente se traslada al colegio? Al olor a tiza y a goma de borrar, a las rodillas solladas, a los saltos interminables a la comba y a la rayuela, y a su maestro o profesor, esa persona que dedicaba su vida a la educación con mayúsculas y es la base de todo lo que sabemos y somos.
Docentes de la escuela pública que siempre han hecho “magia” con los pocos recursos que disponían, que luchaban cada día por acabar con la segregación, favorecer la inclusión y lograr la equidad en las aulas y dotarnos de palabra.
Mis maestros me enseñaron a sumar, a restar, a leer, a conocer muchas cosas por su nombre, a cantar, a reír e incluso a llorar. Pero me enseñaron mucho más. Los maestros me ayudaron a valorar mis capacidades y mis límites, a tratar a los demás por igual respetando nuestras diferencias, a valorar con curiosidad todo lo que estaba a mi alrededor y experimentar y reconocer mis propias emociones.
Docentes que no tuvieron ni tienen una vida fácil. Por disponer del don de la palabra fueron golpeados, insultados, otros tuvieron que exiliarse y algunos sufrieron la peor de sus suertes y fueron fusilados y abandonados en fosas como “la de los Maestros” en Cobertelada.
Hace unos días leía una reflexión llena de verdad de Daniel Innerarity. En ella indicaba que “el oficio de educar es difícil y en cierto modo paradójico. Nuestras propias convicciones y visión del mundo nos lleva instintivamente a desear que nuestros hijos piensen como nosotros, para lo cual hay que comenzar procurando que piensen… y seguramente entonces hay pocas probabilidades de que piensen como nosotros”.
La libertad de enseñanza, ese consejo necesario y esa manera de entender que cada niño es un mundo, con capacidad crítica y reflexiva, es lo que la extrema derecha de PP y Vox quieren controlar. Prefieren niños autómatas, “excelentes” que aprendan el libro que ellos escriben de la historia y que los docentes no tengan libertad dentro de las aulas. Veto parental lo llaman, control ideológico lo llamo yo, que pone y quita gobiernos, condiciona presupuestos y usa la educación de nuestros hijos como moneda de cambio. Y la educación es un derecho, no una mercancía.
La educación pública de nuestra región siempre ha estado en el centro de la diana. A los continuos recortes en los gastos de funcionamiento de los centros públicos se suman los recortes que llevan sufriendo los centros educativos desde hace unos diez años. Seguimos alejándonos de la media nacional de inversión en educación y de la media europea. Con ellos, Madrid se mantiene en la última posición de la lista de comunidades autónomas por inversión en educación, principalmente en el sur de nuestra región. En estos momentos está por debajo del 2,30 en relación a su PIB.
Si la pandemia ha puesto en evidencia la necesidad de inversión tecnológica, dotación de más recursos, implementar las medidas para los alumnos con necesidades educativas especiales y en situación de vulnerabilidad y un claro descenso de la ratio para garantizar la calidad de la enseñanza, la señora Ayuso ha decidido privarles del derecho más preciado que tienen nuestros niños, que es la educación y ponerles en claro riesgo sanitario. Ha decidido suprimir más de 100 aulas de la oferta en centros públicos de la región para el curso 202-2022, además de los cerca de 5.000 grupos creados este curso para reducir ratios debido a la crisis sanitaria. Además, afectará también a 5.681 puestos docentes, con los que se ha garantizado “unas aulas seguras durante la pandemia”.
Su continuo desprecio a la educación pública con fines ideológicos y partidistas supone continuos “trasvases” del dinero público a centros concertados, pero sobre todo a aquellos que segregan por sexo, de inspiración cristiana o pertenecientes a entidades vinculadas a la Iglesia católica, por ejemplo el Opus Dei. Ataques directos a la nueva Ley de Educación (LOMLOE), que garantizará el bienestar individual y colectivo, la igualdad de oportunidades, la ciudadanía democrática y la prosperidad económica, anunciando una norma educativa propia para torpedear la ‘ley Celaá’ o incluso convocando a capricho unas elecciones para un martes.
La decisión de establecer la jornada electoral el 4 de mayo, que será no lectiva en todos los centros educativos no universitarios de la Comunidad de Madrid, supone “otra más” dentro del calendario escolar de este curso, ya mermado por las consecuencias de la pandemia y de la tormenta Filomena, que obligó a retrasar 10 días el inicio de las clases tras las Navidades.
Y es que los caprichos de Ayuso no tienen límites. Ya la FAPA Giner de los Ríos ha expresado que esta decisión supondrá «dificultades para las familias y los niños en un curso tan complicado; es un gran problema para la conciliación familiar y laboral que muchas familias ya no pueden soportar». Convocar elecciones en un día laborable es irresponsable y solo responde a sus intereses políticos. Vuelve a evidenciar que no le preocupan ni las necesidades del alumnado ni del profesorado y expone sanitariamente a los abuelos, que serán los que asuman la conciliación que necesitan las familias y que no garantiza la administración. Además, pone entre las cuerdas al personal de limpieza de los ayuntamientos, que tendrán que realizar una desinfección integral de los centros educativos para garantizar las medidas de seguridad e higiene para el día siguiente ya si lectivo.
Así las cosas, no nos queda otra alternativa que seguir confiando en nuestro profesor, ese que nos ayudará a tratar a los demás por igual respetando nuestras diferencias, a valorar con curiosidad todo lo que está a nuestro alrededor, nos enseñará qué es eso del respeto, de la igualdad, de la memoria, de la dignidad, de la equidad, la justicia social…Nuestro humilde profesor, el del don de la palabra, Ángel Gabilondo.
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